Regufiados urbanos
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El bebé de una semana de edad es el precio que la mujer de 17 años pagó por huir de Zimbabue para buscar una vida mejor. Los conductores de camión de Sudáfrica que le sacaron la acabaron violando y la dejaron en estado, dice la solicitante de asilo en Makhado, Sudáfrica. “Ahora tengo que pensar en el niño”. Zalmaï -
¿Demasiado bueno para ellos? Existen acusaciones que dicen que los criminales se ocultan entre los solicitantes de asilo en este almacén abandonado de Pretoria –sin electricidad, sin depuradora ni agua corriente– unos 100 solicitantes de asilo de Zimbabue fueron desalojados sin recibir una oferta de alojamiento alternativa. Zalmaï -
En las ruinas de lo que antes fue un rentable supermercado en la provincia occidental del Cabo, en Sudáfrica, los hermanos refugiados de Etiopía –Wandefraw y Chernet Legesse– piensan sobre todo lo perdido tras la violencia xenófoba que azotó su país en mayo de 2008. Desde entonces, el ACNUR ha apoyado acciones para combatir a la xenofobia y reconciliar a los locales con los tenderos extranjeros, incluyendo a los refugiados y los migrantes económicos. Zalmaï -
Desempleada y enferma, Elodi Kajuru Cizungu encontró refugio en Johannesburgo junto a un compatriota tras huir de su país, la República Democrática del Congo en 2008. Aunque como su angustiada hija de 10 años, uno de sus cuatro hijos, está preocupada por quedarse sin hogar y padecer hambre en su exilio. Zalmaï -
Un solicitante de asilo de Zimbabue con todas sus pertenencias en Makhado, en la provincia de Limpopo. Los demandantes de asilo pasan el día tratando de buscar dinero para sobrevivir. Casi siempre tienen que dormir al aire libre. Zalmaï -
Solicitantes de asilo de Zimbabue viven en un parque de Makhado, cerca de la frontera con su país de origen, y comen su único plato del día, una sopa de pollo que les entrega ‘Helping Hands’ de Sudáfrica. La comida es donada por tiendas locales y preparada y distribuida por voluntarios. Zalmaï -
“Me gustaba el país y quería estar aquí, pero el país no me quiere”, dice Joshua Bokombe, un refugiado de la República Democrática del Congo, donde la ola de violencia xenófoba destruyó su tienda de electricidad. Lo que más le duele es que no puede permitirse mandar a sus hijos al colegio. Zalmaï -
La primera vez que Henry salió de su región fue cuando resultó desplazado debido a combates cuando tenía 44 años y busco mayor seguridad en Soacha, al sur de Bogotá. Su hermano mayor, desplazado antes que él, ayuda a Henry a buscar basura para poderla reciclar. Zalmaï -
El sufrimiento de Yenis no terminó después de escaparse de la masacre de su pueblo de El Salado hace nueve años. Un año después de los asesinatos, uno de sus hermanos, que también pudo escapar y vivía en otro pueblo, fue asesinado. Según parece, un amigo de uno de los paramilitares comenzó a trabajar en el mismo lugar y descubrió que su hermano había estado allí. Zalmaï -
Varios niños juegan delante de la casa de Eliécer Baron en Cartagena. El líder de la comunidad organizó barrios para levantar una escuela para niños desplazados y ahora se buscan ordenadores parra el centro escolar. Zalmaï -
Jair, de 13 años, con tu tío, Gerardo, ante su chabola de zinc, cerca de un precipicio. Algunas noches las tres camas de la chabola acogen hasta seis personas. Zalmaï -
En búsqueda de una venta exigua, Argemiro recorre las calles de Cartagena cuatro horas al día, con la venta de sus escobas y fregonas hechas a mano. A muchos desplazados forzosos de Colombia les es más fácil alimentar a sus familias en el campo que en la ciudad. Zalmaï -
En Soacha, a las afueras de Bogotá, Wilson Vega aprende de su hijo de 13 años, Jair, cómo escribir una carta en el ordenador. Para los desplazados en las ciudades de Colombia, contar con conocimientos básicos de informática puede resultar decisivo para encontrar un trabajo. Zalmaï -
“No tengo futuro en mi país, no hay futuro para mi familia. No tenía otra opción que escapar”, dice este hombre de la etnia Chin mientras su hijo dibuja cuadros de ametralladoras, ya que es lo único que recuerda de su país. Zalmaï -
“Quiero morirme; siempre siento que ya estoy muerto”, dice este refugiado afgano de 18 años en Selangor, Malasia, deprimido porque su madre tiene que mantener a la familia y él no puede terminar su formación. “Te quiero preguntar, ¿piensas que todavía estoy vivo?” Zalmaï -
“Yo dependo de mis hijas, que tienen siete y cinco años, para ayudarme a preparar la comida y traerme la medicación”, dice este refugiado que padece Sida. “Debería cuidarlas yo a ellas”. Zalmaï -
“Estamos varados en esta casa, no tenemos a dónde ir. Los niños más pequeños siempre lloran”, dice preocupado este padre somalí mientras su hijo mira desde fuera. “Quieren salir fuera y jugar pero no es seguro. Hay muchos hombres extraños. Mejor jugar dentro”. Zalmaï -
La escuela organizada por la comunidad es simplemente una habitación sin muebles, pero sigue siendo una fábrica de sueños para los niños refugiados de Myanmar, ansiosos de recibir educación. Zalmaï -
La recolecta de vegetales en las tierras altas de Malasia les reporta a estos jóvenes refugiados de la etnia Chin sólo 5 dólares al día. Ahora sin trabajo y frustrados en Kuala Lumpur, siguen soñando: “Quiero volver al colegio y volver a encontrar a mi familia”. Zalmaï -
“No podemos estar separados, nadie puede vivir por sí mismo. Cuando vivimos juntos, compartimos el dinero, la comida, nos ayudamos y cuidamos”. En este lugar residen 50 refugiados. Zalmaï
El fotógrafo suizo Zalmaï y su experiencia como refugiado
Este contenido fue publicado el 04 enero 2010 - 16:11
“La lucha por los derechos” muestra algunas personas, refugiados urbanos, que a menudo pasan inadvertidos entre sus vecinos en tres ciudades de tres países: Colombia, Malasia y Sudáfrica. Hoy, más de la mitad de los refugiados viven en el ámbito urbano.
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